EL DOLOR DE YA NO SER

Es lamentable, pero todos los argentinos debemos asumirlo. Los mundiales siguen pasando, y empezamos a acostumbrarnos a ver vueltas olímpicas ajenas, a veinte años sin estar en semifinales y también a conformarnos con excusas más o menos elaboradas.

Que el dóping de Diego en el 94, que el mejor equipo del mundo un año antes de Japón – Corea, que el machete en los penales del arquero alemán en el 2006, y ahora el gol a los dos minutos que nos cambió el partido. Y entonces nos conformamos, y nos queremos creer una realidad que no es cierta.

En Sudáfrica nos volvimos humillados con ese 4 a 0 que cada vez que lo repasamos duele más, pero todo el trabajo previo había sido tan desordenado, desprolijo e irresponsable, que despojado de todo fanatismo propio del patriotismo barato, hasta podría decir que ese final era lógico y merecido.

Antes de viajar al Mundial, debo confesarlo, consideraba que el fútbol argentino, periodistas y el hincha en general, estábamos ante un gran desafío: no legitimar todos los errores de estos cuatro años si la copa aterrizaba en Ezeiza el 12 de julio. Esto nos ponía a todos ante un examen que quizás no estábamos capacitados para aprobar. Pero ese escenario no se dio, en Ciudad del Cabo nos topamos con una aplanadora alemana que nos devolvió a la triste realidad.

Y esa realidad terminó superando mi previsión. Porque ahora Maradona aparece como el mártir injustamente echado, y por momentos parece que aquella temida legitimización llega de todas maneras, pero no tras una vuelta olímpica, sino tras un 0 - 4 en cuartos de final. Porque a la luz de los hechos, de los resultados y de la salida desprolija del entrenador por el mal manejo del presidente Julio Grondona, Diego se postula como el principal damnificado de una historia que terminó tan mal por su propia impericia.


Y hay que escuchar que el trabajo fue perfecto, que la planificación fue extraordinaria, que se debe seguir por el camino más allá de los resultados, amparándose quienes defienden esa postura, en un principio valorable en el fútbol, como lo es sostener los proyectos y no voltearlos ante un traspié. Claro, yo le agregaría que aquí no hubo proyecto.


Aquí se colocó a un nombre fuerte (Maradona) para superar un período de crisis, sólo eso. Pero Maradona es Maradona, y no llegó solo, e impuso condiciones, y la relación se desgastó, y las dudas sobre la calificación y la honradez de su entorno en la selección hicieron que las distancias fueran indisimulables.


Todo muy entreverado y confuso, con acusaciones cruzadas que merecen una investigación (Bilardo dolorido por haber sido calificado de traidor, lanzó al aire la idea de que en los últimos veinte meses se cobraron comisiones para la citación de futbolistas a las distintas convocatorias).


Así terminó esta pesadilla, una historia de miserias y traiciones, con el triste protagonismo de aquellos que con su promocionada mística ganadora nos habían regalado nuestra última gran alegría. Los grandes perdedores son sin dudas el fútbol argentino y una generación de futbolistas que puede dar mucho más de lo que dio en la tierra de Mandela.


Juan José Buscalia